¿Que hay que hacer cuando un recuerdo te mueve el piso?
¿Cuando aparece inesperadamente, como por arte de un mago?
¿Cuando, sin avisar, entra en tu cabeza y se pasea por delante de tus ojos?
¿Será verdad que ningún recuerdo se olvida?
¿A donde van todos los recuerdos?
¿Quedan adheridos a nuestro presente? ¿O se refugian en una sonrisa del futuro?
¿Será que se acomodan todos juntos mientras dormimos?
Son tan efímeros, que parecen irse corriendo cuando cerramos los ojos, pero son capaces de volver ante un pestañeo.
Cargamos con nuestros recuerdos, como un caracol con su caparazón; a veces nos hacen sentir protegidos; otras, sentimos que nos arrancan hasta la piel cuando salen a la luz.
a lo mejor están dormidos.
A lo mejor nos abandonan por un tiempo y salen a jugar con otros recuerdos.
Se ponen a charlar sobre sus vidas, sobre como y por qué nos abandonaron.
Y deciden volver, simplemente, al escuchar un sonido, una canción; al mirar una película que revive un viejo amor; al caminar por la calle y ver los rostros de quienes también olvidan sus recuerdos.
Es increíble como algo puede ser tan ambigüo.
Un recuerdo es capaz de generar alegría y dolor, esperanza y rencor, olvido y perdón.
Un recuerdo es incapaz de abandonarnos; siempre está esperando que la nostalgia lo llame, siempre se queda esperando.
Y a pesar de que un recuerdo pueda hacerme sentir desnudo frente al mundo, a pesar de que pueda revivir aquél dolor profundo; me convenzo de pensar que vale la pena recordar, al menos si puedo ver de nuevo ese rostro o quizás escuchar esa voz tímida que me dejó un adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario